miércoles, 2 de noviembre de 2011

Bienvenidos al Reino

Cuando leemos los Evangelios encontramos que cuando Jesús comenzó su ministerio público predicó: "¡Arrepentíos porque el Reino de los cielos se ha acercado!". Curiosamente Juan el Bautista que fue a quien Dios le había encomendado prepararle el camino al Señor también predicó el mismo mensaje y después de la muerte y resurrección de Nuestro Señor, sus discípulos, hicieron lo mismo.

Un reino es un sistema de gobierno donde un rey rige sobre súbditos que están sujetos a él. El reino tiene leyes y reglamentos que guían la vida y conducta de sus constituyentes. Un rey tiene autoridad, control y dominio de su territorio, así que cuando Jesús y sus discípulos predicaban el reino, estaban haciendo un llamado para que las personas vengan a vivir bajo la autoridad de Dios. Ver y entrar en el reino de Dios es ponerte bajo la cobertura, el cuidado y la protección de Dios.

En una ocasión Jesús le enseñó a un hombre religioso de su tiempo que es necesario nacer de nuevo para ver (entender) y entrar (participar) en el reino de Dios. Si lees el pasaje Juan 3:14-16 encontrarás que Jesús le explica a Nicodemo que para poder nacer de nuevo, es necesario creer en y recibir el sacrificio que hizo Jesús en la Cruz del Calvario. Este es el único medio establecido por Dios para que puedas entablar una relación con Él.

Esa experiencia de nacer de nuevo tiene un requisito: el arrepentimiento. El arrepentimiento significa un cambio de manera de pensar. Implica reconocer delante de Dios que eres pecador y que necesitas un salvador. El arrepentimiento es un tomar conciencia de la condición que tenemos ante Dios, lamentarse, sentir pena y tomar una decisión de cambiar. Conlleva un cambio de actitud y de posición con relación a Dios y al pecado. Es darle la espalda al pecado y colocarte de frente a Dios. Esta obra la puede hacer solamente el Espíritu Santo. Así que pídele al Espíritu que te redarguya y te haga entender que necesitas un salvador y Él lo hará.

"Mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad.
Dije:«Confesaré mis rebeliones a Jehová»,
y tú perdonaste la maldad de mi pecado." Salmo 32:5


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